La depresión no significa que una persona quiera dejar de vivir. Lo que sucede es que, a menudo, existen tantas heridas abiertas y sin cicatrizar que el dolor se vuelve casi insoportable. Cualquier estímulo externo puede sentirse como una aguja entrando en una herida abierta. Entonces, para protegerse de ese dolor intenso, una persona puede terminar evitando todos los estímulos, incluso los buenos.
Vivir con esa sensación es como estar atrapado en un lugar oscuro, sin encontrar la salida. Y, para encontrar esa salida, se necesita paciencia y valentía para sanar las heridas y reavivar esa chispa divina que todos llevamos dentro. Esto requiere aprender a estar en paz con uno mismo, en un proceso que puede durar años.
En este camino, el apoyo de personas que nos acogen sin juicios y sin presiones, pero que también saben motivarnos para realizar pequeñas acciones de cuidado diario, puede marcar toda la diferencia. Incluso acciones que parecen simples, como ducharse o ir al supermercado, son verdaderas victorias. Y, con el tiempo, al continuar con estas pequeñas acciones, llega un momento en el que el alma empieza a brillar de nuevo.
Este es el proceso de reconciliación con uno mismo: alcanzar la paz aceptando quién eres, con todas tus facetas. Esto significa abrazar tu lado bonito y también reconocer que todos tenemos partes oscuras. Lo importante es tomar decisiones y actuar guiados por nuestro lado luminoso. De esta forma, evitamos herir a los demás y a nosotros mismos, y así, comenzamos a cerrar nuestras propias heridas.
Este es un camino de sanación, donde la bondad, la paciencia y el autocuidado son los principales aliados para que un día podamos sentir nuevamente la paz de estar vivos.
Una Llama en Silencio
Hay dolores que el cuerpo no guarda,
son heridas abiertas, desnudas, expuestas,
que arden al contacto del mundo,
como agujas que se clavan en el alma.
En un rincón oscuro, me escondo,
donde el silencio es abrigo y prisión.
Apago el sentir, callo el pecho,
y espero en vano que el dolor cese.
Pero hay una llama que no se apaga,
por tenue que parezca ser,
un fuego que susurra en voz baja,
esperando el coraje de renacer.
Cada paso, por pequeño que sea,
es un grano de luz en la oscuridad.
Levantarme, salir, respirar el mundo,
me enseña el poder de un pequeño futuro.
Y hay quien me acoge sin prisa,
quien me envuelve sin juzgar.
Son manos que tocan con suavidad,
dejando que el tiempo cure.
Y un día, cuando el alma brille,
las sombras, aceptadas, descansarán.
Encontraré paz en mí, al fin,
caminando guiado por mi propia luz.
Márcia do Vales